Cristianos.Com
Una de las cosas que más causa de admiración me han producido en este mundo, ha sido la de aquellas personas, incluidos algunos amigos míos, que después de haber llevado una vida sin problemas familiares, laborales, económicos ni incluso fracasos sentimentales, hayan decidido dejarlo todo para ofrecer su vida a Dios.
Y este es el caso de Carlos, hijo de mi buen amigo Ricardo, del que ya he hablado alguna vez en estos escritos, que un buen día decidió dejar su despacho de abogado, para ingresar en una institución religiosa y de este modo consagrar su vida a Dios.
Por supuesto, está claro que Dios llama a cada persona por caminos concretos y uno de éstos bien puede ser el de la vida religiosa. Una vida que llenará las convicciones de la propia persona, escuchando la voz de Dios y planteándose el camino que para seguirle ha de elegir, sabiéndose amado por El.
Y así las cosas, Carlos en animada charla nos anuncia a su padre y a mí, que esta decisión ha sido tomada después de varios años de reflexión, plenamente consciente y teniendo en cuenta que su principal reto será asumir con firmeza total el camino que Dios le marque.
A todo esto, nos afirma que su seguridad es total y plenamente convencido de que no ha sido arrastrado por imposición ni complejo alguno. Ni siquiera dejándose llevar por esa alegría, entusiasmo y gozo que con frecuencia nos presentan los iniciados en esta vida de entrega.
En cualquier caso, uno no deja de asombrarse, cuando un hombre de cuarenta años con un despacho de abogacía brillante, por descontado con unas creencias religiosas dignas de todo elogio, decide abandonarlo todo para unirse a un sentimiento cristiano que le conducirá al servicio de Dios y de los hombres basado en una fe, que hace veraz y real el célebre refrán de que la fe “mueve montañas”. Y así es.
Por otra parte, bien es verdad que aún cuando en las últimas décadas existe una realidad como es la escasez de vocaciones, no puede negarse que existe una juventud idealista y generosa que desea adquirir el compromiso cristiano y aceptar la exigencia de vivir el celibato, la pobreza y la obediencia como importantes pilares de la vida religiosa.
Sin duda, es totalmente cierto que a pesar de que estas comunidades, no son el tema favorito de algunas personas, queda muy lejos aquel pensamiento equivocado de quienes creían que la vida religiosa, aislaba en cierto modo de los demás hombres al individuo que la profesaba rompiendo con sus votos cualquier lazo que les uniera a ese mundo que debían abandonar.
A mi modesto entender, y así se lo digo a Carlos, el religioso es un hombre que aunque mora sobre la tierra, debe estar enteramente consagrado a las cosas del Cielo.
La propiedad, ese vínculo que liga a los individuos a las familias, no existe para el religioso puesto que se le priva de la facultad de tenerla. Por amor a Jesucristo, se ha hecho pobre para siempre, se ha condenado a no poseer nada. Sin embargo adquiere una riqueza enorme, cuando recibe todo el Amor de Aquel que nos salvó y nos abrió la Vida Eterna.
Las riquezas espirituales que recibe, nada tienen que ver con las riquezas terrenales que tanto evalúan en este mundo egoísta y tirano en el que nos desenvolvemos, movido por reglas muy distintas a las que Jesús nos enseñó en su paso por la tierra.
Lleno de juventud y de vida, a veces tu pensamiento volará más allá del recinto monástico. El corazón que abriga tu cuerpo y late, estará sometido a las mismas impresiones que el de los que viven fuera de su nueva casa. Tendrás flaquezas, caprichos y deseos y tendrás que luchar contra ellos aceptando la severidad de la disciplina religiosa, teniendo los pies y el corazón en el claustro y sobre todo pidiendo al Espíritu Santo deje caer sobre ti, la ayuda de Dios.
Y es más, continúo mi conversación con Carlos, los que profesan en estas instituciones religiosas, no solo se distinguen por sus deseos de santidad, sino además por liberar un profundo sentimiento existente en el fondo de su alma humana, para impedirles consumir lentamente la llama de la vida y de esta manera llenar la propia vida en soledad.
En cualquier caso, interviene Carlos hombre sentimental, emotivo y sobre todo buen cristiano, en él existe un alma que siente a Dios vivo en su interior y que no puede estar cerrado al mundo, sino con un corazón totalmente abierto al amor como el de Santa Teresa de Jesús, que no permitió que la llama purísima del amor Divino se consumiera en ella para de este modo no verse abrasada con el fuego impuro del amor terrenal.
Una de las cosas que más causa de admiración me han producido en este mundo, ha sido la de aquellas personas, incluidos algunos amigos míos, que después de haber llevado una vida sin problemas familiares, laborales, económicos ni incluso fracasos sentimentales, hayan decidido dejarlo todo para ofrecer su vida a Dios.
Y este es el caso de Carlos, hijo de mi buen amigo Ricardo, del que ya he hablado alguna vez en estos escritos, que un buen día decidió dejar su despacho de abogado, para ingresar en una institución religiosa y de este modo consagrar su vida a Dios.
Por supuesto, está claro que Dios llama a cada persona por caminos concretos y uno de éstos bien puede ser el de la vida religiosa. Una vida que llenará las convicciones de la propia persona, escuchando la voz de Dios y planteándose el camino que para seguirle ha de elegir, sabiéndose amado por El.
Y así las cosas, Carlos en animada charla nos anuncia a su padre y a mí, que esta decisión ha sido tomada después de varios años de reflexión, plenamente consciente y teniendo en cuenta que su principal reto será asumir con firmeza total el camino que Dios le marque.
A todo esto, nos afirma que su seguridad es total y plenamente convencido de que no ha sido arrastrado por imposición ni complejo alguno. Ni siquiera dejándose llevar por esa alegría, entusiasmo y gozo que con frecuencia nos presentan los iniciados en esta vida de entrega.
En cualquier caso, uno no deja de asombrarse, cuando un hombre de cuarenta años con un despacho de abogacía brillante, por descontado con unas creencias religiosas dignas de todo elogio, decide abandonarlo todo para unirse a un sentimiento cristiano que le conducirá al servicio de Dios y de los hombres basado en una fe, que hace veraz y real el célebre refrán de que la fe “mueve montañas”. Y así es.
Por otra parte, bien es verdad que aún cuando en las últimas décadas existe una realidad como es la escasez de vocaciones, no puede negarse que existe una juventud idealista y generosa que desea adquirir el compromiso cristiano y aceptar la exigencia de vivir el celibato, la pobreza y la obediencia como importantes pilares de la vida religiosa.
Sin duda, es totalmente cierto que a pesar de que estas comunidades, no son el tema favorito de algunas personas, queda muy lejos aquel pensamiento equivocado de quienes creían que la vida religiosa, aislaba en cierto modo de los demás hombres al individuo que la profesaba rompiendo con sus votos cualquier lazo que les uniera a ese mundo que debían abandonar.
A mi modesto entender, y así se lo digo a Carlos, el religioso es un hombre que aunque mora sobre la tierra, debe estar enteramente consagrado a las cosas del Cielo.
La propiedad, ese vínculo que liga a los individuos a las familias, no existe para el religioso puesto que se le priva de la facultad de tenerla. Por amor a Jesucristo, se ha hecho pobre para siempre, se ha condenado a no poseer nada. Sin embargo adquiere una riqueza enorme, cuando recibe todo el Amor de Aquel que nos salvó y nos abrió la Vida Eterna.
Las riquezas espirituales que recibe, nada tienen que ver con las riquezas terrenales que tanto evalúan en este mundo egoísta y tirano en el que nos desenvolvemos, movido por reglas muy distintas a las que Jesús nos enseñó en su paso por la tierra.
Lleno de juventud y de vida, a veces tu pensamiento volará más allá del recinto monástico. El corazón que abriga tu cuerpo y late, estará sometido a las mismas impresiones que el de los que viven fuera de su nueva casa. Tendrás flaquezas, caprichos y deseos y tendrás que luchar contra ellos aceptando la severidad de la disciplina religiosa, teniendo los pies y el corazón en el claustro y sobre todo pidiendo al Espíritu Santo deje caer sobre ti, la ayuda de Dios.
Y es más, continúo mi conversación con Carlos, los que profesan en estas instituciones religiosas, no solo se distinguen por sus deseos de santidad, sino además por liberar un profundo sentimiento existente en el fondo de su alma humana, para impedirles consumir lentamente la llama de la vida y de esta manera llenar la propia vida en soledad.
En cualquier caso, interviene Carlos hombre sentimental, emotivo y sobre todo buen cristiano, en él existe un alma que siente a Dios vivo en su interior y que no puede estar cerrado al mundo, sino con un corazón totalmente abierto al amor como el de Santa Teresa de Jesús, que no permitió que la llama purísima del amor Divino se consumiera en ella para de este modo no verse abrasada con el fuego impuro del amor terrenal.
Pediré al Señor que me haga instrumento suyo y llevar luz para iluminar a los que viven en tinieblas. Buscaré el mensaje Divino a través del viento, para aproximarme a Dios y a las gentes, como una realidad en movimiento que no sabemos de donde viene ni a donde va.
Inundaré de agua que genera y purifica bebiéndola en las fuentes de vida eterna. Y seré fuego para que con su esplendor encienda la llama del amor, en este mundo de los sentidos.
Llegado a este punto, no cabe duda alguna que en Carlos existe un propagador de la fe. Un alma entregada a Dios y a los hombres. Un siervo lleno de sueños de gente sencilla, modesta y casi sin ambiciones. Sueños de gentes que cuando alcanzan algunas de esas pequeñas cosas deseadas y las ofrecen llenas de amor, se sienten satisfechas, conformes y felices… muy felices. Y es entonces, solo entonces, cuando uno piensa ¡qué bonito es dejarlo todo y ofrecer su vida a Dios! Autor: José Guillermo García Olivas, España
Inundaré de agua que genera y purifica bebiéndola en las fuentes de vida eterna. Y seré fuego para que con su esplendor encienda la llama del amor, en este mundo de los sentidos.
Llegado a este punto, no cabe duda alguna que en Carlos existe un propagador de la fe. Un alma entregada a Dios y a los hombres. Un siervo lleno de sueños de gente sencilla, modesta y casi sin ambiciones. Sueños de gentes que cuando alcanzan algunas de esas pequeñas cosas deseadas y las ofrecen llenas de amor, se sienten satisfechas, conformes y felices… muy felices. Y es entonces, solo entonces, cuando uno piensa ¡qué bonito es dejarlo todo y ofrecer su vida a Dios! Autor: José Guillermo García Olivas, España